6.12.10

Video: Vuelo sobre Hiperión, la extraña luna de Saturno



La sonda Cassini obtiene unas impresionates imágenes de este mundo, cuyo origen todavía es un misterio para los investigadores


josé manuel nieves / madrid
Día 06/12/2010 - 12.42h






Una selección de imágenes de la sonda Cassini, procesadas por ordenador, son la base sobre la que se ha elaborado este vídeo, que muestra la reciente aproximación de la nave a Hiperión, una peculiar luna de Saturno. El pasado 28 de noviembre, la Cassini pasó a unos 75.000 km. del extraño satélite, y realizó decenas de imágenes en alta resolución.

Hiperión es una de las lunas más extrañas de Saturno. Su textura "esponjosa" y su forma irregular siguen siendo un misterio para los investigadores, que piensan que, a pesar de su tamaño (360×280×225 km), se trata del fragmento de un satélite mucho mayor, uno que debió de sufrir un gran impacto en el pasado y romperse en mil pedazos.

Su característica principal es un gran cráter, de más de 120 km. de diámetro y casi 10 km. de profundidad, que destaca sobre su agujereada superficie. Como si fuera un gigantesco queso de gruyere, Hiperión tiene una textura porosa, con hoyos y huecos de todos los tamaños, incluso debajo de la superficie. Lo cual le confiere la extraordinaria característica de que, a pesar de ser un objeto sólido, una mezcla de hielo y roca, solo tiene la mitad de la densidad del agua.



21 días de órbita

Hiperión gira alrededor de Saturno a una distancia media de un millón y medio de km. y tarda algo más de 21 días en realizar una órbita completa. No resulta extraño que, dadas sus peculiaridades, la NASA decidiera que la Cassini realizara "una pasada" para observarlo más de cerca.

Para realizar el vídeo, se han procesado muchas de las imágenes obtenidas durante la aproximación, que tuvo lugar el pasado 28 de noviembre. Los saltos, probablemente, se deben a las maniobras que iba realizando la sonda para mantener centrado su objetivo. Pero el resultado es realmente espectacular. El séptimo satélite de Saturno (por orden de distancia), se va haciendo más grande a medida que la sonda se aproxima a él. La Cassini enfocó sus cámaras hacia Hiperión cuando aún se encontraba a 140.000 km. de distancia y se acercó hasta algo más de la mitad de esa distancia.
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La nave espacial secreta de EE.UU. regresa de su misteriosa misión

Ha pasado nueve meses en el espacio sin que el Pentágono haya dado explicaciones

ABC / madrid
Día 06/12/2010 - 16.55h



AFP
El minitransbordador aterrizó el viernes en la base aérea Vandenberg, en California


Una de las misiones más secretas y misteriosas del Ejército de los Estados Unidos acaba de concluir. La pequeña nave espacial X-37B, conocida como «Baby-shuttle», ha regresado a la Tierra después de pasar nueve meses en el espacio con una misión desconocida. La Fuerza Aérea de Estados Unidos se ha esforzado por mantener en secreto los objetivos de la misión del aparato, que muchos han relacionado con el espionaje, pero no pudo guardar a buen recaudo las coordenadas de su posición. El avión no tripulado fue descubierto en el cielo en varias ocasiones por astrónomos aficionados, quienes no dudaron en hacer públicas las coordenadas. Internet se llenó de fotografías y vídeos del aparato, lo que supuso un golpe al orgullo del Pentágono.
El vehículo, lanzado desde Cabo Cañaveral el pasado mes de abril aterrizó el viernes en la base aérea Vandenberg, en California. El proyecto fue iniciado por la NASA a finales de 1990, pero luego quedó en manos de los militares. En un principio, estaba diseñado para probar las tecnologías destinadas a las naves espaciales de nueva generación, pero tanto secretismo por parte del Pentágono desató los rumores sobre su auténtica misión, que ha sido relacionada con el espionaje a países árabes.



Bloqueo informativo

La Fuerza Aérea impuso un bloqueo informativo sobre las actividades del X-37B en órbita, pero fue seguido por observadores amateurs. La nave parece un transbordador espacial, con una forma similar y una bodega para la carga y experimentos, pero sus medidas son muy diferentes. No llega a los 9 metros de largo y tiene 4,5 de envergadura, frente a los 37 por 23,8 meros de los transbordadores habituales. Además, a diferencia de estos últimos, que solo pueden permanecer en órbita dos semanas, el «Baby-shuttle» es capaz de pasar nueve meses ahí arriba y aterrizar de forma automática en una pista.



Tomado de:
http://www.abc.es/20101205/ciencia/nave-espacial-secreta-regresa-201012051739.html
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La NASA anuncia el hallazgo de una "forma diferente" de vida

De Jose Manuel Nieves (el 02/12/2010 a las 12:05:22, en Ciencia)



Hace dos días, la NASA convocaba para hoy una rueda de prensa con el objeto de dar a conocer "un hallazgo en astrobiología que tendrá un gran impacto en la búsqueda de pruebas de vida extraterrestre". Se dispararon las especulaciones sobre el posible contenido de ese anuncio, llegando a apuntarse la posibilidad de que los investigadores de la agencia espacial norteamericana hubieran encontrado, por fin, pruebas irrefutables de alguna forma de vida fuera de la Tierra, quizá en Titán, la mayor de las lunas de Saturno. El descubrimiento de la NASA, sin embargo, no procede de ningún planeta o satélite lejano. Se ha producido aquí, en la Tierra, aunque no por ello es menos espectacular. Se trata de una nueva y extraña criatura, una nueva forma de "estar vivo" que desafía todo lo que creíamos saber hasta ahora sobre el complicado y delicado proceso bioquímico que conocemos como vida. Algo que cambiará por completo la manera en que, a partir de ahora, busquemos seres vivientes fuera de nuestro propio mundo.



Desde las bacterias a las ballenas, las moscas, los elefantes o los seres humanos, todas y cada una de las formas de vida que hay en la Tierra dependen de una cuidadosa combinación de los mismos seis elementos: oxígeno, carbono, hidrógeno, nitrógeno, fósforo y azufre. En forma de ADN, grasas y proteínas, esos elementos se encuentran en cada criatura viviente conocida.

La "química de la vida", además, es tan delicada y específica que cualquier alteración en esta "receta mágica" afecta a la estabilidad molecular hasta tal punto de hacer que la vida, sencillamente, deje de ser posible. Por eso el hallazgo que hoy se publica en la revista Science ha causado tanta expectación y sorpresa. Porque se trata de una excepción, la primera a la que se enfrenta la Ciencia, a esta regla considerada hasta ahora como universal.

Los investigadores, en efecto, han encontrado una cepa bacteriana, la GFAJ-1, que ha demostrado ser capaz de sustituir en sus moléculas, incluído el ADN, uno de los seis ingredientes fundamentales, el fósforo, por el que se considera como uno de los peores y más dañinos venenos que existen, el arsénico. Algo que, según los científicos, constituye una prueba palpable de que la vida puede desarrollarse de formas muy distintas a las que conocemos. Formas que nos ayudarán a perfeccionar las actuales técnicas de búsqueda de vida fuera de nuestro planeta.



"La vida -reza el artículo de Science- está mayoritariamente compuesta por los elementos carbono, hidrógeno, nitrógeno, oxígeno, azufre y fósforo. Pero a pesar de que estos seis elementos forman los ácidos nucléicos, las proteínas y las grasas, y por lo tanto la mayor parte de la materia viviente, resulta teóricamente posible que algunos otros elementos de la tabla periódica puedan desempeñar las mismas funciones. Aquí describimos una bacteria, de la cepa GFAJ-1 de las Halomonadaceae, obtenida en el Lago Mono, en California, que ha sustituido el fósforo por el arsénico para sustentar su crecimiento. Nuestros datos revelan la presencia de arseniato en macromoléculas que normalmente contienen fosfatos y, más notablemente, en ácidos nucleicos y proteínas. La sustitución de uno de los mayores bioelementos puede tener una gran relevancia geoquímica y evolutiva".

Desde hace ya algunos años, la autora principal de este artículo, Felisa Wolfe-Simon, del Instituto de Astrobiología de la NASA en Menlo Park, California, junto a algunos otros de los firmantes, como Ariel Anbar y Paul Davies, estaban explorando la posibilidad de que existieran "formas alternativas" de vida. "La vida como la conocemos -explica Anbar- requiere unos elementos químicos concretos y excluye otros. Pero son esas las únicas opciones? Cómo de diferente puede ser la vida?"

Wolfe-Simon y sus colegas ya intuían que el arsénico podría haber sustituido al fósforo (el elemento contiguo en la tabla periódica) en las formas de vida más primitivas de nuestro planeta. De hecho, el arsénico tiene propiedades químicas muy similares a las del fósforo, aunque su gran toxicidad no permite su uso a la inmensa mayoría de los seres vivos.

A pesar de ello, Wolfe-Simon especulaba con la posibilidad de que alguna clase de bacteria hubiera conseguido adaptarse al uso del arsénico. Una idea muy criticada, ya que los compuestos de este elemento (arseniatos) son mucho más inestables que los fosfatos en presencia de agua, una dificultad que ninguna célula viva sería capaz de manejar.



Para probar sus ideas, Wolfe-Simon decidió recolectar barro de un lago californiano (el lago Mono), un auténtico "desierto de agua", conocido por sus elevadas concentraciones de arsénico, y cultivar los microorganismos obtenidos en soluciones cada vez más ricas en arseniatos. La investigadora no añadió fosfatos a su caldo de cultivo en ningún momento. Al contrario, fue transfiriendo periódicamente las bacterias a soluciones cada vez más ricas en compuestos de arsénico, para reducir paulatinamente cualquier concentración natural de fosfatos que pudieran contener sus muestras. De forma que las bacterias, si querían sobrevivir, se verían obligadas a utilizar el arsénico del cultivo.

La propia Wolfe-Simons asegura que, en el fondo, no esperaba encontrar nada vivo al término de su experimento. Y que se sorprendió enormemente cuando vio, a través del microscopio, colonias enteras de bacterias moviéndose rápidamente en aquél medio tan tóxico.

Para asegurarse, volvió a analizar el cultivo en busca de posibles restos de fósforo que hubieran ayudado a esas bacterias a sobrevivir. No lo encontró. Así que, junto al resto de su equipo, empezó a analizar con detenimiento las bacterias, para averiguar si, efectivamente, estaban utilizando el arsénico para sobrevivir. "Contenía la respiración durante cada una de estas pruebas", recuerda la investigadora.

Los resultados confirmaron sus sospechas. Las bacterias habían incorporado el arsénico, en sustitución del fósforo, en sus ácidos nucléicos, en sus lípidos, en sus proteínas... El análisis del ADN de las bacterias no dejaba lugar a dudas: contenía arsénico. Paul Davies explica que "este organismo tiene una doble capacidad. Puede crecer tanto con fósforo como con arsénico, lo que lo convierte en algo muy peculiar". Para este investigador, el nuevo organismo "tiene el potencial para inaugurar toda una nueva rama de estudios en microbiología".

"Nuestros hallazgos -comenta por su parte Wolfe Simon- son un recordatorio de que la vida tal y como la conocemos podría ser mucho más flexible de lo que asuminos o podemos imaginar". "No obstante -cocluye- esta no es una historia sobre eñ arsénico o el lago Mono. Si existe algo, aquí en la Tierra, capaz de hacer algo tan inesperado, qué otras cosas que aún no hayamos visto es capaz de hacer la vida? Ya es hora de averiguarlo".
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Detectan en el espacio una espectacular tormenta de nieve «del revés»

La sonda que se aproximó al Hartley 2 ha fotografiado copos más grandes que un balón de baloncesto que «caen» de abajo a arriba

josé manuel nieves / madrid
Día 01/12/2010 - 11.24h



La tormenta de nieve alrededor del Hartley 2,Imagen NASA.


Siguen publicándose las espectaculares imágenes obtenidas por la sonda Deep Impact durante su aproximación al cometa Hartley 2 el pasado 4 de noviembre. En esta ocasión, se trata de una "tormenta de nieve al revés" que al principio pasó inadvertida al escrutinio de los científicos. Pero un análisis más detallado reveló que, además de los grandes chorros de gas que emanan por doquier desde el núcleo del cometa, también hay un gran número de "copos" de nieve y hielo. Algunos de ellos, además, más grandes que un balón de baloncesto.

"No habíamos visto antes nada como esto", asegura el profesor Mike A'Hearn, investigador principal de la misión EPOXI del proyecto Deep Impact, en la Universidad de Maryland. "Realmente nos cogió por sorpresa". De hecho, en ninguno de los cuatro cometas visitados hasta el momento por naves espaciales (Halley, Borrelly, Wild 2 y Tempel 1), se había observado nunca este extraordinario espectáculo. "Esto es, genuinamente, un nuevo fenómeno", afirma Jessica Sunshine, de la Universidad de Maryland y miembro del equipo científico de la misión. "El cometa Hartley 2 no es como otros cometas que hemos visitado antes".
La "tormenta de nieve" ocupa un volumen casi esférico, centrado en el núcleo giratorio de Hartley 2. El núcleo, con forma de pesa de gimnasio, mide apenas 2 kilómetros de un extremo a otro, pero es pequeño comparado con el enjambre de partículas que lo rodea. "La nube de hielo mide unas cuantas decenas de kilómetros de ancho —y posiblemente sea mucho más grande que eso", afirma A'Hearn. "Aún no sabemos con seguridad lo grande que es".



Nieve esponjosa, pero peligrosa

De lo que no cabe duda es que las partículas detectadas por el espectrógrafo infrarrojo de la sonda Deep Impact están hechas de hielo común. Los fragmentos están formados por granos de hielo que miden pocas milésimas de milímetro y que están "pegados" unos con otros de forma poco firme, dando lugar a cúmulos que miden desde unos cuantos centímetros hasta unos cuantos decímetros de ancho. "Si sostuvieses uno de ellos en la palma de tu mano, lo aplastarías fácilmente", dice Sunshine. "Estas bolas de nieve cometarias son muy frágiles, similares en densidad y esponjosidad a la nieve de las altas montañas en la Tierra".

Pero incluso una bola de nieve esponjosa puede causar problemas si te golpea a una velocidad de 12 km/s, la misma a la que pasó la sonda Deep Impact junto al núcleo del cometa durante el sobrevuelo. Si uno de los trozos de hielo de Hartley 2 hubiera golpeado la nave, la habría dañado sin remedio, dejándola incapaz de apuntar sus antenas hacia la Tierra para transmitir datos o pedir ayuda. Los encargados del control de la misión posiblemente nunca habrían sabido qué sucedió. "Afortunadamente, estábamos lejos de la zona de peligro", señala A'Hearn. "La nube de nieve no parece extenderse hasta nuestra distancia de encuentro de 700 kilómetros. La luz solar sublima los trozos de hielo antes de que puedan alejarse demasiado del núcleo".



De abajo a arriba

Quizá lo más curioso de esta "nevada cometaria" es que no cae desde arriba hacia abajo, sino al revés. El fenómeno, en efecto, se produce a partir del hielo seco de la superficie del cometa. El hielo está formado por dióxido de carbono en estado sólido, una de las sustancias más abundantes en el cometa Hartley 2.
Cuando el calor del Sol alcanza un depósito de hielo seco,lo transforma inmediatamente en vapor, formando de este modo un chorro en cualquier punto donde la topografía sea capaz de colimar el gas que escapa a gran velocidad. Y, aparentemente,son esos chorros de dióxido de carbono los que transportan los "copos" de hielo de agua.

Debido a que la nieve está impulsada por los chorros, "nieva desde abajo hacia arriba y no al revés", destaca Peter Schultz, de la Universidad de Brown, que también es miembro del equipo de investigación. Las tormentas de nieve de los cometas podrían ser solo el primero de muchos descubrimientos por venir.
A'Hearn y Sunshine están convencidos de que el equipo de investigación apenas está comenzando a "rascar" la suerficie de la inmensa cantidad de datos enviados por la Deep Impact durante su encuentro, por lo que las sorpresas, aseguran, no han hecho más que empezar.


Tomado de:
http://www.abc.es/20101201/ciencia/detectan-espacio-espectacular-tormenta-201012010937.html
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El primer paso para la eterna juventud

neoteo
Día 30/11/2010 - 17.09h

Científicos, entre ellos un español, logran revertir el envejecimiento en ratones: los animales mejoraron de sus achaques, recuperaron el olfato y les crecieron nuevas neuronas




Un grupo de científicos de Harvard, entre los que se encuentra el español Juan Cadiñanos, ha diseñado una terapia capaz de revertir el envejecimiento en ratones. El tratamiento actúa sobre los telómeros, agilizando la división celular, regenerando tejidos, deteniendo la neurodegeneración, creando nuevas neuronas e incluso recuperando la agudeza del olfato deteriorado por la edad. ¿Estamos más cerca de lograr la juventud eterna?


Un artículo publicado online en la última edición de la revista Nature da cuenta de que se ha logrado revertir los efectos que provoca la edad en tejidos y órganos. La investigación se ha realizado con ratones, y ha sido desarrollada en el Dana Farber Cancer Institute de Harvard , en Boston, por un equipo de profesionales entre los que se encuentra el director del Laboratorio del Instituto de Medicina Oncológica y Molecular (IMOMA) del Centro Médico de Asturias, Juan Cadiñanos. La noticia es espectacular, sobre todo porque los autores del trabajo creen que la técnica utilizada puede ser aplicada en humanos para atrasar el proceso de envejecimiento.
Las pruebas, realizadas sobre ratones modificados genéticamente, demostraron que es posible revertir los cambios provocados por la edad, regenerando células y órganos. La magnitud de los resultados sorprendió incluso a los científicos que participaron del proyecto. "Lo que vimos en estos animales no es una pequeña desaceleración o estabilización del proceso de envejecimiento. Hemos visto un cambio dramático e inesperado," explica Ronald DePinho, líder del equipo de Harvard a la revista Nature. El cambio producido en estos animales nos permite soñar con la aplicación de esta terapia en humanos, retrasando el envejecimiento natural y prolongando al máximo la etapa de la juventud de millones de personas.




Efecto similar en humanos

El mecanismo del envejecimiento es bien conocido. En pocas palabras, el problema se origina en el deterioro de los telómeros. Las células que componen nuestros cuerpos poseen 23 pares de cromosomas, que contienen nuestro querido ADN. Los extremos de los cromosomas están protegidos por los telómeros, que cumplen una función similar a las cintas que evitan que un cordón de zapato se deshilachen. Cada vez que la célula se divide, los telómeros se acortan, y llega un momento en que dejan de cumplir su función. Cuando esto ocurre, la célula muere o entra en un estado al que generalmente llamamos "envejecimiento".

Lo interesante del caso es que el funcionamiento de los telómeros es idéntico en ratones y humanos, por lo que si la terapia ha funcionado tan bien en los roedores, es de esperar que tenga un efecto muy similar en nosotros. Estos ratones, manipulados genéticamente y criados especialmente en Harvard -las herramientas moleculares necesarias para crear estas ratas fueron un aporte de Cadiñanos- carecían de la enzima llamada telomerasa, que normalmente impide que los telómeros dejen de funcionar. Al no poseer esta enzima, los ratones envejecieron prematuramente y comenzaron a padecer las típicas dolencias asociadas con la edad avanzada: disminución del sentido del olfato , del tamaño de su cerebro e infertilidad. Al reactivar la enzima, se comenzaron revertir los signos de envejecimiento. "Después de cuatro semanas de tratamiento, se logró una recuperación importante, incluyendo el crecimiento de nuevas neuronas en el cerebro", explicó DePinho.

¿Estamos cerca de lograr la juventud eterna? Indudablemente, estamos más cerca de lo que estábamos hace un par de años. Sin embargo, y a pesar de todo lo dicho, puede que la aplicación directa sea difícil, ya que la enzima telomerasa tiene como efecto colateral un aumento en la tasa de formación de tumores, elevando la probabilidad de contraer cáncer, sobre todo en organismos de edad avanzada. “La aplicación en humanos será ni sencilla ni rápida. Primero habrá que analizar las posibles consecuencias negativas de la regeneración de telómeros para poder ver si es o no seguro”, dice Juan Cadiñanos al diario El Comercio. Está claro que queda bastante camino por recorrer, pero la importancia que posee este tipo de investigación garantiza que, probablemente, tendremos noticias relacionadas con esta investigación dentro de poco tiempo.
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Cuarenta y dos

Juan José Gómez Cadenas
PROFESOR DE INVESTIGACIÓN EN EL CSIC, CIENTÍFICO Y ESCRITOR

nº 168 · diciembre 2010
Stephen Hawking y Leonard Mlodinow
EL GRAN DISEÑO
Trad. de David Jou
Crítica, Barcelona 224 pp.







En la primera novela de la célebre serie Guía del autoestopista galáctico, una raza de seres hiperinteligentes y pandimensionales deciden encontrar la respuesta definitiva a la cuestión suprema de la existencia. Para ello construyen un gigantesco ordenador, al que bautizan, apropiadamente, como Pensamiento Profundo1. El computador pone manos a la obra y al cabo de siete millones y medio de años contesta: «Cuarenta y dos». En ese preciso instante, los creadores de la máquina se percatan de un detalle que se les había escapado: averiguar la respuesta definitiva a la cuestión suprema de la existencia vale de poco si no se conoce esta última.

En cambio, Stephen Hawking y Leonard Mlodinow parecen tener clarísimas las preguntas trascendentales, que nos espetan a bocajarro ya en la solapa de su reciente y controvertido libro, El gran diseño. Entre ellas: ¿cuándo y cómo empezó el universo? ¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué existe algo en lugar de nada? Y cómo no: ¿es el universo una prueba de la existencia de Dios, o puede ofrecer la ciencia otra explicación?

Eso sí, la respuesta que nos avanzan en el primer capítulo («El misterio del ser») es casi tan críptica como la que Pensamiento Profundo da a los alienígenas. En lugar de «cuarenta y dos», Hawking y Mlodinow declaran que: «Explicaremos [en este libro] cómo la teoría M puede ofrecer respuestas a las cuestiones de la creación».
En caso de que algún desconfiado se pregunte qué hacen este par de físicos2 metidos a profetas, los autores nos informan, en la mismísima primera página que: «Tradicionalmente, estas son preguntas para filósofos, pero la filosofía ha muerto. La filosofía no ha sabido responder a los modernos desarrollos de la ciencia, en particular de la física». Y por si no quedaba lo bastante claro: «Los científicos se han convertido en los portadores de la antorcha del descubrimiento en nuestra cruzada por el conocimiento».





Estas y otras perogrulladas por el estilo, junto con el aluvión de sentencias grandilocuentes dejadas caer a matacaballo («La teoría M predice que un gran número de universos fueron creados de la nada. Esta creación no requiere la intervención de un ser sobrenatural o Dios»), convierten la introducción en un auténtico cabo de Hornos que más de un lector no logrará superar. Los que lo consigan se encontrarán, en el segundo capítulo («Las reglas de la ley»), con una rápida, amena y algo ingenua historia de la evolución del pensamiento científico, desde Aristóteles hasta Newton, pasando por Kepler y Galileo. Sigue una interesante discusión del concepto de «ley natural» (o ley física), ejemplificada por las leyes de la gravedad de Newton, capaces de describir las órbitas de los cuerpos celestes y fenómenos tales como las mareas. Una vez establecida la noción de que la naturaleza está gobernada por tales leyes, los autores plantean las siguientes preguntas:
1) ¿Cuál es el origen de las leyes físicas?
2) ¿Hay un solo conjunto posible de leyes físicas? 3) ¿Hay excepciones a dichas leyes, esto es, milagros?

Mientras que la respuesta a las dos primeras preguntas queda aplazada a capítulos posteriores, Hawking y Mlodinow despachan la última con una contundente negativa, bien ilustrada por la conocida anécdota en que Laplace, interpelado por Napoleón sobre el papel divino en el orden natural, responde: «Señor, no necesito incluir a Dios entre mis hipótesis». Como veremos más adelante, mejor hubieran hecho los autores de El gran diseño en atenerse a tan sobria postura.

El tercer capítulo («¿Qué es la realidad?») es uno de los mejores del libro. Se abre con una anécdota tan apropiada como divertida (el mundo según los habitantes de una pecera) y razona de manera bastante afortunada sobre el concepto de modelo científico y su papel a la hora explicar la realidad, incluyendo la posibilidad de que ésta pueda describirse por medio de modelos distintos pero equivalentes (capaces de explicar con igual exactitud las observaciones).

La idea de una realidad dependiente de modelo, que en la introducción sonaba a dislate, se explica aquí utilizando el excelente ejemplo de la naturaleza de la luz. Newton la formula como una sucesión de corpúsculos, una aproximación que le permite explicar los fenómenos de reflexión y refracción, pero no los patrones de difracción. Estos últimos requieren imaginarse la luz como una onda. El modelo ondulatorio describe la reflexión y refracción de la luz con tanta exactitud como la teoría de Newton, pero, además, la interferencia constructiva o destructiva entre las crestas y valles de las ondas luminosas dan precisa cuenta de los fenómenos de difracción que el modelo corpuscular no consigue explicar. Y, sin embargo, en el modelo ondulatorio no tiene cabida el efecto fotoeléctrico, que tantas aplicaciones rutinarias (el control de las puertas de los ascensores, por ejemplo) ha encontrado hoy en día. Así que Einstein resucita a Newton, en uno de los encores más bellos de la historia de la ciencia, inventando el concepto de fotón (esto es, un corpúsculo de luz, similar a los objetos newtonianos) y casi inventando, de paso, la física cuántica, de la que luego renegaría.





Sigue un capítulo igualmente feliz («Historias alternativas»), en el que se introducen los experimentos de doble rendija. Cuando se dispara un haz de electrones contra un blanco opaco en el que se han practicado dos orificios o rendijas separados por una cierta distancia, se observa (situando tras las rendijas algún tipo de detector, como una pantalla fluorescente) un curioso fenómeno.

Si imaginamos los electrones como corpúsculos de materia (parecidos a balines, o diminutas pelotas de golf), el patrón que esperamos observar es una concentración de señales detrás de cada rendija, que decrece a medida que nos movemos hacia el espacio entre ambas. Es decir, los electrones pasan o por una abertura o por la otra y, por tanto, se detectan con alta probabilidad justo detrás de cada orificio, pero no entre ambos.

En lugar de este dibujo, multitudes de experimentos extremadamente precisos observan un patrón de difracción, en el que se alternan zonas de alta y baja intensidad. Se trata de la misma respuesta que mediríamos si, en lugar de electrones, hubiera pasado una onda de luz por las rendijas. Pero si el electrón se comporta como una onda, entonces, frente a la disyuntiva de por cuál rendija pasar, se diría que escoge colarse por ambas a la vez. Elaborando a partir de tan sorprendente fenómeno, los autores introducen los rudimentos de la física cuántica, incluyendo el principio de incertidumbre –el cual nos asegura que es imposible conocer con precisión absoluta la velocidad y la posición de una partícula simultáneamente–, la noción de probabilidad cuántica (y cómo ésta se diferencia de la probabilidad clásica) y la formulación de Feynman en términos de sumas sobre las posibles historias cuánticas que llevan desde un estado a otro, muy gráficamente explicada, en términos de las trayectorias de los electrones entre la fuente y la pantalla fosforescente. La formulación de Feynman asigna una probabilidad (que puede ser muy pequeña, pero no nula) a todas las posibles trayectorias, incluyendo las que pasan por ambas rendijas simultáneamente.

A estas alturas el lector ya se encuentra bastante a gusto. Da la impresión de que, tras los fuegos de artificio, nos encontramos, después de todo, con un buen libro de divulgación, capaz de exponer, con un lenguaje sencillo pero razonablemente preciso, los fundamentos de la física moderna. La lectura, además, es amena y agradable, a pesar de los frecuentes chistes –con poca gracia– que jalonan todo el texto.





Pero el romance dura poco. El quinto capítulo («La teoría de todo») parece escrito para acabar con el lector más arrojado. Arranca con cuatro veloces páginas dedicadas a explicar el concepto de unificación, utilizando el ejemplo de cómo las fuerzas eléctricas y magnéticas pueden describirse mediante una sola teoría, el electromagnetismo, explicitado por las leyes de Maxwell. Aún más veloz es la introducción a la teoría de la relatividad y no menos rápida la descripción de las interacciones que gobiernan el comportamiento de las partículas elementales (gravedad, electromagnetismo, fuerza débil –responsable de las desintegraciones radioactivas– y fuerza fuerte, responsable de las interacciones nucleares).

Sigue un cursillo acelerado (otras cuatro páginas escasas) de teoría cuántica de campos, incluyendo el uso de diagramas de Feynman y los juegos malabares que permiten eliminar los infinitos (renormalizar) que aparecen en los cálculos de electrodinámica cuántica y unificar la teoría débil con el electromagnetismo, resultando en el llamado Modelo Estándar. A los que superen el empacho les aguarda una todavía más apresurada descripción de la cromodinámica cuántica (que gobierna el comportamiento de los quarks, o componentes elementales de protones y neutrones) y una incursión por las teorías de la Gran Unificación (o GUTS).





Pero eso no es nada. Si queda algún superviviente, Hawking y Mlodinow le han preparado, en las últimas páginas del capítulo, una maratón que discurre por las teorías cuánticas de la gravedad, las fluctuaciones del vacío y las teorías supersimétricas, hasta alcanzar las supercuerdas y la federación, república o alianza de teorías denominada M. Conscientes de que cualquiera que siga todavía leyendo es capaz de digerir lo que le echen, los autores acaban con una traca final que incluye una divagación sobre las once dimensiones que predica la teoría M y cómo esta multiplicidad posibilita diferentes universos, dependiendo de la manera en que uno escoja plegar las dimensiones sobrantes que la teoría predice: «Y entonces llegó la incertidumbre cuántica, el espacio curvo, los quarks, las cuerdas y las dimensiones extra y el resultado neto de su trabajo es 100500 universos, cada uno con leyes diferentes».

Es una pena. Las ideas que se exponen en este capítulo son importantes, y su exposición correcta, de haber seguido el modelo de los capítulos cuarto y quinto hubiera requerido mucho más espacio y paciencia. También más sentido crítico. No puede ponerse al mismo nivel la teoría de la relatividad (comprobada minuciosamente por numerosos experimentos) o incluso el Modelo Estándar, cuya validación nos ha mantenido ocupados a los físicos de partículas durante las últimas cinco décadas, con otras teorías aún no confirmadas experimentalmente, tales como la supersimetría (que el LHC descubrirá, o no), y aún menos con especulaciones todavía más lejanas de la verificación experimental como las teorías de supercuerdas.

¿Y qué decir del capítulo seis («Escogiendo nuestro universo»)? Aquí se despachan, también en un santiamén, el universo inflacionario, las perforaciones del espacio-tiempo y el concepto de multiverso (la noción de que el nuestro puede no ser sino uno de los numerosos cosmos que se forman en una especie de sopa de burbujas primigenia, creada a partir de las fluctuaciones del vacío cuántico) para llegar a la cuestión que obsesiona a los autores. Si existe un vasto paisaje de posibles universos, entre los cuales el nuestro parece especialmente afinado para nosotros: ¿se trata de una evidencia de la existencia de la divinidad, o bien ofrece la ciencia otra explicación alternativa a tan cuidadosamente diseñado entorno?
La idea de que nuestro universo está increíblemente ajustado para permitir la existencia de observadores inteligentes se desarrolla en el capítulo siete («El milagro aparente») en términos del principio antrópico, que, en su versión más radical, postula que las leyes de la Física pueden explicarse exigiendo que sean exactamente las necesarias para generar un cosmos en el que puedan aparecer precisamente esos observadores inteligentes. A diferencia de los dos capítulos anteriores, éste no se lee mal, aunque resulta paradójico que Hawking y Mlodinow le dediquen mucho más espacio al principio antrópico (que para muchos científicos practicantes no deja de ser pura especulación, por no decir divertimento) del que le han dedicado a la unificación o a la relatividad.






En todo caso, tras haber elaborado sobre cómo las leyes de la física cuántica permiten la formación de múltiples universos, cada uno de los cuales se crea con su conjunto particular de leyes físicas, y después de explicar cómo el principio antrópico selecciona el especialísimo subgrupo de leyes que hace posible la existencia de seres inteligentes capaces de especular sobre éstas, Hawking y Mlodinow podrían haber tomado ejemplo de Laplace. El universo que han esbozado (a toda prisa, eso sí) es lo bastante rico y extraño, lo bastante prodigioso y bello, como para que no sea necesario andarse con teologías de barrio. Mejor hubiera sido dedicar más tiempo a explicar la arquitectura del universo que perderlo con especulaciones sobre la existencia o no de un arquitecto.

No es ese el plan de los autores. En el último capítulo («El gran diseño») nos adentramos de nuevo en los procelosos mares de la filosofía de taberna galáctica. Tras divagar un rato sobre el juego de la vida de Conway –un sistema primitivo de vida artificial, con no poco interés, pero cuya conexión con el universo y la existencia o no de un dios redentor se nos escapa–, Hawking y Mlodinow nos informan de que la creación espontánea es la razón por la que existe algo en lugar de nada. O, en otras palabras –nos dicen–, ha llegado el momento de sustituir a Dios por... M.
Regresemos por un instante a la guía del autoestopista galáctico, donde nuestros hiperinteligentes alienígenas se rascan el pandimensional cogote, rumiando el resultado de siete millones y medio de sesudos cálculos: «Cuarenta y dos». Pero, ¿cuál es la pregunta cuya críptica respuesta acaba de darles Pensamiento Profundo? Para averiguarlo, los alienígenas construyen otro superordenador todavía más potente, que resulta ser nada menos que la Tierra. Una vez puesto en marcha el ingenio (con sus creadores a bordo, disfrazados de ratones), el nuevo cálculo ocupa la friolera de diez millones de años. Pero, ay, cinco minutos antes de que los curiosos ratones averigüen cuál es exactamente la cuestión suprema, una raza de burócratas siderales destruye el planeta. Los ratones se ven obligados, entonces, a inventarse una falsa pregunta para salvar la cara.

Desgraciadamente, da la impresión de que en este libro nos encontramos exactamente en la misma situación. La falsa pregunta que Hawking y Mlodinow inventan es si la ciencia puede o no obviar la existencia de Dios. Es una pregunta falsa porque la ciencia, por definición, se ocupa de lo físico y la existencia de Dios se encuadra en el territorio de lo metafísico.





Imagine el lector que nuestro universo no sea otra cosa que un gigantesco programa ejecutándose en un ordenador sideral en el que hay programadas una serie de leyes básicas, incluyendo una gravedad cuántica que sostiene un vacío capaz de fluctuar en múltiples universos. Esas leyes son accesibles a los físicos que viven en el multiverso (a su vez parte del programa) y su estudio les permite concluir, como Laplace, que Dios es una hipótesis innecesaria a la hora de describir los fenómenos que les rodean. En otras palabras, les es posible afirmar que el programa es coherente y no se detectan errores (las leyes de la Física no fallan y no se observan milagros). Pero no les es posible saber nada del Programador. Puede que haya uno solo, o varios, o ninguno (en un universo en que nuestro programa es escrito por otro programa y así hasta el infinito). Puede que tal programador, si existe, sea benévolo y realice sistemáticamente un back-up del sistema, que de paso nos garantice la vida eterna, y puede que no seamos más que un virus informático que intenta eliminar a toda costa. En todo caso, no hay forma de saberlo y, por tanto, la especulación sobre la naturaleza o no del programador o programadores no pertenece al ámbito científico.

Es cierto que la ciencia ha eliminado la noción primitiva de un mundo regido por el capricho de deidades. No es menos cierto que ninguna de nuestras observaciones, desde la escala subatómica a la ultragaláctica, ha detectado jamás elemento sobrenatural alguno. Parece de cajón que el universo del hombre del siglo XXI no puede albergar el mismo tipo de divinidad que regía los destinos de las tribus nómadas de hace tres mil años. Puede que muchos, incluyendo el que suscribe, lleguen al convencimiento de que tal divinidad no existe. Puede, incluso, que tal conclusión suponga una liberación. Pero para este viaje no se precisaban tales alforjas. Pretender que la teoría M –que, por cierto, nunca nos explican– permite eliminar el concepto de Dios es meterse en camisa de once varas, e invita, como ha sido el caso, a un aluvión de estéril polémica.

La polémica ya había arrancado en nuestro país mucho antes de que el libro llegara a las librerías el pasado 15 de noviembre. A pesar de que poca gente había leído un texto que no estaba disponible en su idioma, los blogs rezumaban ya opiniones para todos los gustos. Puede que el problema que Hawking y Mlodinow encuentran es que el campo de la divulgación científica se encuentra muy trillado. Es difícil competir con obras maestras como Los tres primeros minutos del universo de Steven Weinberg o aportar algo nuevo a trabajos tan completos y coherentes como El universo elegante de Brian Green. Ciertamente, El gran diseño dista mucho de ambas obras.
Y, para vender –ya lo dijo Wilde–, que hablen de mí, aunque sea bien. Da entonces la impresión de que nuestros autores parten de una respuesta críptica («M») y deciden formular, en ausencia de un computador lo bastante grande como para dar con la auténtica cuestión, una pregunta mal planteada, que no viene al caso. Pero si el crimen lleva parejo el castigo, El gran diseño probablemente se verá condenado a vagar en el purgatorio habitado por blogueros y articulistas, que desde sus respectivas trincheras le dedicarán loas o denuestos sin haberse molestado en abrir jamás el libro.


1. En inglés, Deep Thought. El nombre del ordenador es una referencia obvia al ingenio del mismo nombre, desarrollado para jugar al ajedrez en la Universidad de Carnegie Mellon y luego en IBM. Deep Thought fue derrotado fácilmente por Gary Kasparov, pero su sucesor, Deep Blue, se cobró cumplida revancha con el campeón del mundo, imponiéndose por dos a uno (con tres tablas) en un torneo a seis partidas celebrado en 1996. ↩

2. Eso sí, de currículum desigual: Hawking es un prestigioso físico matemático, titular, hasta el año 2009, de la cátedra lucasiana de Matemáticas (Lucasian Chair of Mathematics) de la Universidad de Cambridge, y ha sido galardonado, entre otros muchos premios, con el Príncipe de Asturias. Mlodinow es, sobre todo un divulgador, cuya trayectoria científica tiene algo de enfant raté. ↩



Tomado de:
http://www.revistadelibros.com/articulo_completo.php?art=4807
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